Metano y cambio climático: ¿Qué ha cambiado en los últimos años?

Salvador Calvet, Universitat Politècnica de Valencia

La importancia del metano como gas efecto invernadero es conocida hace varias décadas. Sin embargo, recientemente están tomando relevancia dos importantes cuestiones respecto a este gas: ¿Debe considerarse de forma igual o diferente al CO2? ¿Y qué magnitud real tienen las distintas fuentes antropogénicas? En este post intento poner en orden algunas ideas.

La primera cuestión se basa en la propuesta de tratar de forma diferente los gases efecto invernadero que tienen vida corta como el metano, dando un potencial de cambio climático menor (GWP*) al habitualmente utilizado (GWP100). Esto fue analizado por Allen et al. (2018) (Coordinador del informe del IPCC SR15), con explicación también en este podcast. Defiende que en el potencial de calentamiento global del metano lo que importa es más bien la variación de la emisión de metano. Por tanto, las fuentes de metano tienen una implicación importante en los primeros años-décadas después de su establecimiento, pero que una vez estabilizadas las emisiones este impacto se reduce precisamente por la corta vida del metano en la atmósfera en comparación con el CO2.

La base científica de este hecho es bien conocida y no tiene mayor debate, pero sí que lo tienen sus posibles implicaciones: por una parte alienta a la reducción de metano como estrategia muy efectiva para mitigar el cambio climático a corto plazo (eso sí, es una bala que sólo se puede disparar una vez); Por otra también podría quitar presión a sectores emisores de metano (por ejemplo los rumiantes) que tradicionalmente han sido muy cuestionados por la generación de este gas.

Figura 1: emisiones anuales (izquierda) y acumuladas (derecha) considerando el potencial GWP100 (izquierda) y GWP* (derecha). Fuente: Allen et al. (2018).

Al respecto de las métricas de conversión de metano en CO2, también se ha planteado en un post reciente de este blog la necesidad de revisarlas. En concreto, el ganado extensivo ocuparía un nicho y emisiones similares a las que tendrían los ecosistemas naturales. Por tanto, ¿deberían considerarse como emisión antropogénica? Similares ideas a las indicadas en estos párrafos son las recogidas en este video elaborado desde BC3.

En contraposición, hace pocos días Smith y Balmford (2020) lanzaban el debate de que el metano emitido por la ganadería no puede dejarse de tener en cuenta, a pesar de su vida útil relativamente corta. Recuerdan el crecimiento del ganado durante el siglo XX y su tendencia creciente actual en los países en vías de desarrollo, y defienden por tanto el papel de la reducción del metano ganadero en la acción climática. Indican que a nivel mundial las emisiones no han sido constantes sino crecientes (Dangal et al., 2017). Por ello, a pesar de esa vida corta, recuerda que el metano ha tenido y tiene un peso relevante en el calentamiento global (Reisinger et al. 2018). En definitiva, que el uso del GWP* no debe servir de vía de escape para minimizar el impacto del metano procedente de la ganadería.

¿Cómo debemos considerar entonces al metano? Aquí es donde se entrecruza con el segundo debate, sobre el peso real de las distintas fuentes de emisión. Hay trabajos que pueden aportar algo de luz aunque la incertidumbre es elevada.

En efecto, desde 2007 se ha producido un incremento de la concentración atmosférica de metano a pesar de que las fuentes antropogénicas han permanecido relativamente estables (Mikaloff-Fletcher y Schaefer, 2019). Esto podría apuntar a fuentes no consideradas hasta el momento, o a algún tipo de limitación en la descomposición del CH4.



Figura 2: Evolución de la concentración de metano y cantidad de (13)CH4 (indicador relacionado inversamente con las emisiones de origen biogénico) (Mikaloff-Fletcher y Schaefer, 2019).

Rigby et al. (2017) analizaron si se estaba produciendo alguna limitación en la descomposición del CH4 que aumentara su vida media, lo cual podría explicar esos incrementos de concentraciones. En efecto, indican la como probable que la reducción del principal sumidero de metano atmosférico (el radical hidroxilo, OH) haya contribuido al aumento acelerado de la concentración de metano atmosférico a partir de 2007. Sin embargo, y coincidiendo con Mikaloff-Fletcher y Schaefer, 2019 sugieren que debería buscarse la principal causa de este aumento en fuentes no computadas hasta el momento.

En este sentido, conviene resaltar potenciales efectos de retroalimentación tales como el deshielo del permafrost (Knoblauch et al., 2018; Neumann et al., 2019) o el aumento de emisiones en los humedales africanos (Lunt et al., 2019). También es necesario considerar que las fuentes de metano derivadas del metano no biogénico pueden ser mayores a las consideradas. Hace unos días se ha publicado que el metano de origen fósil (derivado de la industria de hidrocarburos) podría ser muy superior al considerado actualmente (Hmiel et al. 2020). Esto sería coherente con observaciones satelitales de importantes emisiones puntuales ligadas a este tipo de industria (Varon et al., 2019).

La observación satelital de CH4 es una de las grandes herramientas que pueden ayudarnos a detectar estas emisiones. Actualmente la misión Copernicus Sentinel 5P aporta mapas de CH4 aunque su resolución podría mejorar en gran medida gracias a la futura misión MERLIN. Esperemos que permita concretar la magnitud de las distintas fuentes y mejorar las estimaciones de emisiones procedentes del ganado y el arroz.

Independientemente de estas cuestiones, el ganado juega y seguirá jugando un papel muy relevante en la mitigación del cambio climático. De todo ello y mucho más hablaremos en el próximo Workshop de Red REMEDIA (Elche, 21 y 22 de abril, http://www.redremediaworkshop.org/). Os esperamos.

Agradecimientos: Muchas de las fuentes citadas han llegado a mí a través de la labor de difusión en redes de diversas personas, en especial Agustín del Prado, Frank Mitlohener e Ivanka Puigdueta.

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